A finales de los años 60, los paper dresses, vestidos de papel, vinieron a convertirse en la metáfora perfecta de una generación que parecía anticipar el fast fashion y su forma de concebir la ropa. Era cuestión de tiempo que viesen el potencial del papel, ya existía como material protector sanitario y ropa de cama desechable para los hospitales. Faltaba convertirlo en un tejido que pudiese colgarse de las perchas. De hecho, fueron dos de las multinacionales asociadas al papel las primeras en vincularse a estos vestidos.
Todo comenzó en 1965, cuando un ingeniero de Scott Paper pensó que podría haber posibilidades en la moda de papel. Pidió a su mujer el patrón de un sencillo vestido en línea para poder hacer prendas y vender a grandes almacenes como una pieza novedosa de verano. Scott lo convirtió en un objeto promocional que se transmitió por todo Estados Unidos.
Como si de un mueble de Ikea se tratase, cada vestido venía con un manual de instrucciones en el que explicaban cómo modificarlo o cuidarlo, además de un aviso sobre cómo meterlo en la lavadora podría eliminar su capacidad ignífuga. “Para acortar el vestido, todo lo que se necesita es una mano firme y un par de tijeras . Mientras que no deberías contar con llevarlo más de una vez, dependiendo del uso hay quien se lo ha podido poner hasta tres o cuatro veces.
El vestido de papel parecía adaptarse como un guante a las necesidades de las más jóvenes: por un lado, solo permitía varios usos, la excusa perfecta para pasar a la siguiente novedad. Y lo hacía a un precio muy asequible que todo el mundo podía costearse.
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